1/29/2008

Fastos y nefastos

Por Rómulo López Sabando


Publicado originalmente en El Expreso de Guayaquil


Ayer, 28 de enero, se cumplieron 96 años del asesinato (1912) del liberal Eloy Alfaro, programado por el “progresismo”, el centralismo estatal y el mercantilismo económico.


Impuso la libertad y el Estado laico, a despecho de estatistas y totalitarios. Por reducir impuestos y suprimir privilegios de militares, clérigos y burócratas, perdió la vida en el intento. Jamás traicionó sus ideales de liberal ni incumplió promesas de campaña.


Hoy, 29 de enero se recuerdan 66 años de la mutilación del territorio del Ecuador con el Protocolo de Río de Janeiro (1942) que, para favorecer al Perú, nos impusieron, por la fuerza, Brasil, Argentina, Chile y Estados Unidos, cuando las provincias del sur (Loja y El Oro) estaban invadidas, desde hacía un año, precisamente por Perú.


Jurídicamente, el Protocolo de Río de Janeiro es nulo, de nulidad absoluta, no solo porque se impuso por la fuerza y con territorios invadidos sino que se firmó con una “realidad geográfica” distinta a la verdadera.


Se suponía, (y así lo dice el Protocolo), que existía un divortiun aquarum entre los ríos Zamora y Santiago con la Cordillera del Cóndor como límite natural.


(El divortiun aquarum es, desde las altas cumbres, una línea divisoria de aguas que limita una cuenca hidrográfica. Separa a las cuencas vecinas y es útil como límite entre dos espacios geográficos).


Pero en febrero de 1947, Estados Unidos, con su Fuerza Aérea, al medir por aire la zona, descubrió que el divortium aquarum entre los ríos Zamora y Santiago no existe, pues en su lugar aparece el río Cenepa, que corre entre los ríos Zamora y Santiago. Es decir, no hay uno sino dos divortium aquarum: uno entre los ríos Zamora y Cenepa, y otro entre los ríos Cenepa y Santiago. La Cordillera del Cóndor separa los ríos Zamora y Cenepa, más no los ríos Zamora y Santiago.


Sólo estas dos causales (fuerza y error) evidencian su total invalidez y nulidad absoluta, en cualquier tribunal de derecho del mundo.


Tumbes y el río Marañón, que desde la época de la Real Audiencia eran parte de nuestro territorio, fueron usurpados por el Perú, en sucesivas y traidoras invasiones. Son hechos nefastos en la historia del Ecuador.


En 1910 el héroe liberal Eloy Alfaro proclamó lo que, por décadas, fue la consigna sagrada de la patria: “Tumbes, Marañón o la Guerra”.


Y el jueves 24 de enero de 2008, Guayaquil entero se paralizó. El pueblo se desbordó por aceras, portales y calles transversales a la 9 de Octubre. Desde el puente 5 de Junio hasta el río Guayas la gente inundó también las plazas del Centenario, San Francisco y el malecón.


Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, minusválidos, en bicicletas y sillas de ruedas, con muletas y cargados, pelucones, peluconas, urbanos, marginales, ricos, pobres, empleados, desempleados, ambulantes, amas de casa, empresarios, alumnos, profesores, costeños, serranos, orientales, cholos, montubios, negros, asiáticos, longos, indios, chagras, socialistas, liberales, sin distinción de creencias políticas o religiosas, todos residentes en Guayaquil, caminaron, con alegría, en una gigantesca “marea humana”, nunca antes vista en esta ciudad ni en ninguna otra del país. Vibraron de civismo y coraje.


Al son de “guayaquileño madera de guerrero”, con enérgica hidalguía, oleadas de gentes reclamaron respeto a su ciudad, a su autonomía, al municipalismo y a la libertad. Fue un plebiscito. Un mandato democrático. Su presencia y sus proclamas expresaron la voluntad popular. El 24 de enero Guayaquil votó. Guayaquil advirtió. Con puños cerrados contra el vilipendio, corearon “su” lema de “Guayaquil independiente”.

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