10/23/2007

Marco Dávalos

Por Rómulo López Sabando


Publicado originalmente en Diario Expreso


Hace 17 años, cuando llegué al Congreso Nacional como diputado por mi provincia Guayas, y recorría los pasillos del edificio, me saludó un joven amable con quien, tiempo atrás, en mi época de presidente de los industriales de Ecuador, no sólo me entrevistaba para la TV sino que departíamos sobre temas de política, de economía y, sobre todo, de alternativas de bienestar para el país.

Nacido en Riobamba y, no obstante su juventud, conocía el Ecuador, con particular precisión. Me llamó la atención su don de gentes, simpatía y, sobre todo, su singular talento político. Le pregunté si quería ser mi asistente en el Congreso. Por el brillo de sus ojos, antes de que me respondiera, ordené a mi secretaria dirija atento oficio al Presidente del Congreso, comunicándole que lo estaba nombrando mi asesor parlamentario.

Así inicié con este, en esa época joven aun, una amistad de aquellas que se mantienen en el tiempo por su lealtad, integridad, y sobre todo su honestidad.
Fue un colaborador eficiente, oportuno, sagaz y, sobre todo, hábil para manejar y mantener relaciones con los más diversos caracteres y tendencias políticas y partidistas.
Juntos vivimos las anécdotas "parlamentarias" del cenicerazo de Villamagua a Dahik, de la pateadura de Valle y Bucaram a Álvarez y Mahuad, así como el enfrentamiento de Nebot con los 8 socialistas que, congelados, con la sonrisa "de hiena" de Bonilla, no se atrevían a salir de sus curules, pues Nebot los castigaría por las injurias que minutos antes Granda había lanzado contra su padre.
Son historia en la vida política del Ecuador.

Al concluir mi labor como diputado, pese a que era un día "festivo", me ayudó a realizar las honras fúnebres al diputado Galo Vela, fallecido la noche anterior.
Tomé decisiones, ad referéndum del Presidente del Congreso, Fabián Alarcón, y cambié el escenario de la sesión inaugural del nuevo Congreso por la capilla ardiente que Galo se merecía.

Mi amigo querido Marco (Polo) Dávalos Merino fue un artífice para el éxito del Primer Seminario sobre modernización de la sociedad y el Estado. Me acompañó cuando el Congreso Nacional aprobó el proyecto de mi autoría de la "Semana de los Símbolos Patrios". (Que ya nadie se acuerda). La Ley de "Enseñanza obligatoria de Urbanidad Moral y Cívica", que en su momento produjo júbilo y hasta fui condecorado. (Que tampoco se cumple). Igual cuando después de tenso batallar con el diputado Patricio Romero, con la ayuda del presidente del Congreso, Fabián Alarcón logré llevar a sesionar en Machala al Parlamento, para lamentar 50 años del Protocolo de Río.
Siempre estuvo a mi lado con su talento, lealtad y sentido de oportunidad.

Años después, sin habérselo pedido y sólo porque se enteró que yo casi vivía en Quito, fue un formidable puntal de asistencia y contactos para que mi personal proyecto de crear una Universidad lograra que el Conuep apruebe el proyecto académico por mí elaborado.

Y su experiencia legislativa me fue sumamente útil para lograr mi propósito de crear la Universidad. Y puedo decir que con su ayuda pude hacerlo.
Es un profesional en ganadería y agricultura. Pero quiso ser abogado.
Tuve el privilegio de ser su asesor y acompañarlo no solo en su tesis sino en su exitoso logro de un diplomado superior.

Son tantas las anécdotas que recuerdo sobre este amigo querido, ejemplo inestimable de gran lealtad, que ahora que su vida está en las manos de Dios y la incertidumbre de la ciencia, ante un sorpresivo y terrible cáncer devastador, siento que los ojos se me humedecen de pena, nostalgia y cariño por temor de que el amigo se va. Y rezo por su recuperación.

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