2/28/2007

El sueño americano

Por Rómulo López Sabando


El Expreso de Guayaquil


¿Por qué los pobres y los no pobres del mundo huyen de su patria, se autoexilian, emigran en busca del “sueño americano”? Tienen hambre.


Buscan comida, trabajo y “oportunidades” para mejorar su vida. Equipados sólo con su inteligencia, ingenio, inventiva y ansias de competir y triunfar. No les importa morir en el intento. Con visa o sin visa. A cualquier precio y sin medir el costo. Ilegales. “Mojados”. O en manos de coyotes.


Si Martí y Bolívar son nuestros maestros y con Estados Unidos somos culturas e idioma diferentes ¿Por qué emigran a Estados Unidos, y no a Cuba o Venezuela, si hasta avión gratis tendrían? ¿Depositarían sus ahorros (remesas) en el Banco de Cuba o en el Banco Estatal de Venezuela? Cervantes explica la emigración: “Por la libertad, así como por la honra, se puede aventurar la vida”.


Es que en Latinoamérica nos educan para que todo nos lo regale el Estado. Pero trabajo, incentivos y oportunidades no existen. En cambio, en Estados Unidos, es lo contrario. Allá nada se regala. “No hay almuerzo gratis”. Los “derechos inalienables” no son demandas sobre la producción o energía de otro. Son derechos “negativos” “¡Quítenme las manos de encima!”. No se exige, de terceros, favor especial, sino la abstención de la coerción sobre “mis” ideas y acciones. Todos y, principalmente, el Gobierno, deben respetar la “libertad” de “cada individuo” y la “inviolabilidad de sus derechos fundamentales: vida y propiedad”.


Sus antepasados implantaron valores diferentes: “individualismo”, “autodisciplina” y “trabajo”. La “Declaración de Independencia” dice: todo humano tiene “derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad”.


Allá, cuando pueden, se ayudan unos a otros. Pero, cada uno debe hacer el esfuerzo de mantenerse asimismo sin depender de privilegios o “derechos especiales”. De esto deriva la ayuda recíproca voluntaria y fuerte sentido de respeto al derecho ajeno. Pero nosotros, bajo los influjos y efluvios románticos de la revolución francesa y de la prédica socialista sentamos que la “igualdad” y la “fraternidad” son prioritarias. Tanto, que subordinamos la “libertad individual” a la “solidaridad social”.


Desde el siglo XIX la energía productiva individual redujo las tasas de mortalidad y crecimiento de la población. Se disminuyó a la mitad la jornada de trabajo y multiplicó el valor y pago por el trabajo. Se elevó el nivel de vida, para sepultar al régimen comunitario y feudal. Con mínimas regulaciones, controles y restricciones gubernamentales, crecieron ciencia, tecnología, industria, agricultura y comercio. Estados Unidos, creó un ambiente de libertad, progreso, riqueza y confort, sin precedentes, que sustenta el “sueño americano”.


En Estados Unidos los “derechos” son propios e inalienables, por “nacimiento”. (“de nación” dice nuestro pueblo). No son concesión del Estado. Es el concepto del “derecho natural”, que es la base del sistema que representa libertad, individualismo, propiedad privada y el derecho a la búsqueda de la felicidad.


Aunque, algunos políticos de Estados Unidos violaron sus propias raíces constitucionales e impusieron excepciones para proteger a “mercantilistas”, ávidos de privilegios y mercados cautivos, perjudicando los derechos individuales e imponer, en el mundo, “sus intereses” contra los “derechos” de otros. El dilema entonces es entre libertad ciudadana y poder estatal. Todos debemos “responder” por el uso de esa libertad. Es decir, no hay libertad sin responsabilidad individual.


La libertad es el principio y el fin del ser humano. Es el único animal que, controlando sus instintos naturales, razona. Por su capacidad para pensar, realiza abstracciones, convierte sus instintos en “valores” y estos en “derechos”, para obtener la convivencia civilizada. Su mayor virtud y privilegio es su libertad. “La libertad no es un medio para un fin político superior. Es, en sí misma, el fin político máximo” (Lord Acton 1834-1902).


En cambio, en Latinoamérica es el Poder y generosidad del “papá” (o padrastro) Estado que, dadivosamente, nos “reconoce” la “libertad” y concesiona la “propiedad”. Los derechos fundamentales no son un derecho “propio” sino una concesión “gratuita” del Estado que, si el Gobierno no los registra, previo pago, no nos pertenecen. Es el “derecho positivo”, al arbitrio subjetivo de transitorios legisladores.

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